La fotografía sigue los pasos de la tecnología. Por este motivo, la pregunta que debemos plantearnos es adónde va la tecnología y, a partir de ahí, intentar comprender qué dirección tomará la fotografía. Observemos desde el principio su larga historia, que ya cumple casi dos siglos: siempre cambian las tecnologías y el lenguaje. Y ahí está el quid de la cuestión: más allá de que cambie el modo de tratar la imagen, lo que cuenta es que se transforma la mentalidad de quien utiliza la cámara ―o como se quiera llamar al aparato que permite restituir (o inventar) en imágenes la apariencia (o las apariciones) del mundo―. El problema no reside en lo que se puede hacer gracias a una nueva técnica ―desde el colodión húmedo, el sistema Kodak, la mezzatinta o el sistema Leica hasta Photoshop o Internet, por citar solo algunas de ellas―, sino en lo que estos nuevos recursos suponen para la concepción de la fotografía.
Pongamos un ejemplo de actualidad. Trevor Paglen afirma lo siguiente: el que haya puesto el abrigo plumífero al papa es un aficionado (una figura también respetable, pero desde luego menos proclive a la reflexión debido a su naturaleza). Podemos decir que Paglen es un artista y el otro es un artesano. De este modo se abre un nuevo sendero que merece la pena recorrer ―sobre todo por las competencias específicas de quien escribe―: el de la relación, tan antigua como caduca, entre arte y fotografía. Este es un argumento aparentemente superado por una serie de hechos (el libro How Photography Became Contemporary Art de Andy Grundberg recopila los testimonios más recientes en torno al asunto), pero que aún merece algunas reflexiones (tanto es así que Michel Poivert hace de ello un tema de actualidad en Contre-culture de la photographie contemporaine) puesto que, paradójicamente, se entrecruza con la naturaleza social de la fotografía.
Puede que sea algo habitual al comienzo de toda centuria, pero da la sensación de que nos encontramos de nuevo en los primeros años del siglo xx. Ante la entrada en escena de los fotógrafos, la respuesta de los profesionales fue encerrarse en su círculo ―hoy en día galerías de arte―, en su conocimiento y en sus ámbitos de especialización. Habilidades que hoy en día ya no afectan a la técnica fotográfica en sí, sino a la técnica de exposición ―que a menudo se convierte en envoltorio, al igual que la técnica se convertía en manierismo en el caso de los pictorialistas― y a la capacidad de proporcionar un sustrato enormemente connotado ideológicamente a las imágenes, sean estas de la naturaleza que sean. Una exacerbación de la narración y de las intenciones en detrimento de la visión: una situación bastante singular que es, a su vez, digna de reflexión. Sin embargo, y frente a lo que sucedía en otros tiempos, estas prácticas tienen un papel preponderante en el escenario de las artes (o al menos lo comparten) y generan riqueza. También se debería hablar de ese tema… En resumidas cuentas, y aunque nadie sepa ya exactamente qué es, la fotografía, en lo que a su aspecto, función o manifestaciones se refiere, no solo se encuentra en un excelente estado de salud, sino que además sigue dando de qué hablar, como todo protagonista social que se precie.