Desde sus orígenes, la fotografía ha mantenido una relación intrínseca y compleja con la realidad. Cada periodo histórico se caracteriza por sus propios intereses y por sus propios retos. Hoy en día, nuestro mundo se polariza con gran rapidez y tenemos que hacer frente a unos desafíos globales sin precedentes. Las personas buscan cada vez más refugio en sus cámaras de eco, donde encuentran consuelo en lo que resulta familiar y la confirmación de su perspectiva única de la verdad de la verdad y de la realidad.
Sin duda, la cultura visual está omnipresente y se recurre con frecuencia a la fotografía porque es un medio de fácil acceso. Sin embargo, el ámbito profesional de la fotografía, incluidos los fotógrafos, las instituciones y el mercado, no siempre consigue representar la realidad de diversidad social en la que vivimos. De forma inconsciente, y a veces conscientemente, tiende al relato único.
En comparación con otras expresiones artísticas y otros espacios sociales, la fotografía actual no parece tomar conciencia de su falta de perspectiva plural y de diversidad. Existe una falta evidente de diligencia por incrementar la presencia de artistas plásticos procedentes de distintas comunidades y de entornos poco representados. Las voces que hasta ahora han sido marginadas o no han sido escuchadas deben disponer de una plataforma. Quienes están vinculados a un medio como la fotografía, en continua expansión, deben formularse la siguiente pregunta: ¿cómo podemos abordar una estrategia inclusiva en la práctica de la fotografía?
La fotografía sigue siendo un medio extraordinariamente potente, capaz de lograr un impacto tanto positivo como negativo. Debido este potencial, debe contribuir de forma activa a la creación de espacios capaces de alentar y de acoger perspectivas alternativas, así como de escuchar voces divergentes. De este modo, la fotografía puede convertirse en una firme e incontestable declaración de intenciones que nos invite a franquear los confines de una historia única.